Hacia una aviación sostenible

Por Javier Gándara Martínez, Director General easyJet

Este año se cumple el centenario del primer vuelo comercial en España, y en estos cien años este modo de transporte ha evolucionado de manera pareja a la sociedad a la que presta sus servicios. De ser un lujo al alcance de una minoría de privilegiados, el transporte aéreo ha pasado a ser algo asequible para una mayoría de bolsillos. Esta verdadera democratización del aire ha permitido a millones de personas estar más cerca de sus seres queridos y familiares, visitar ciudades y otros destinos turísticos, salir a estudiar al extranjero, hacer negocios, y una larga lista de actividades que la aviación facilita.

En definitiva, hoy en día el transporte aéreo forma parte integral del estilo de vida de millones de ciudadanos, y en esta transformación el modelo de negocio de las denominadas aerolíneas de bajo coste ha tenido mucho que ver. Esto es así porque solamente a partir de su aparición es cuando verdaderamente la aviación comercial comenzó a ser de verdad asequible (con permiso de las compañías chárter, que en la segunda mitad del siglo veinte supusieron el primer halo de esperanza hacia la posibilidad de volar barato, eso sí, acotado a unos mercados muy específicos, y con una gran cantidad de restricciones que limitaban la capacidad de elección del consumidor).

Y entre estas compañías de bajo coste que cambiaron por completo el panorama de la aviación comercial para beneficio de los consumidores, easyJet ocupa un lugar especial por su espíritu emprendedor e innovador, muchas veces en contra de la tendencia predominante. Esto ya se vio desde casi desde sus comienzos cuando, menos de un año después de su creación, decidió romper una de las vacas sagradas del modelo, que era la de que éste se basaba en volar exclusivamente a aeropuertos secundarios, más baratos de operar y menos congestionados. Efectivamente, a comienzos de 1996 easyJet decidió que los tres primeros aeropuertos a los que iba a empezar a volar fuera del Reino Unido fuesen los de Barcelona, Ámsterdam y Niza, tres aeropuertos principales. El motivo de esta desviación de lo que modelo “puro” pregonaba fue el convencimiento de que muchos consumidores estarían dispuestos a pagar un poco más, sin dejar de ser asequible, por volar desde/hacia un aeropuerto convenientemente situado más cerca de los orígenes/destinos finales de sus desplazamientos.

Tras este primer paso, que con el paso de los años ha sido imitado por todas las compañías aéreas que siguen este modelo de negocio, hubo bastantes más en el mismo sentido, siempre guiados por el convencimiento de que el hecho de poder disfrutar de tarifas asequibles no necesariamente debía de estar reñido con un buen servicio, aunque sin lujos. Y esta evolución siempre ha estado guiada por el principio de buscar la máxima capacidad de elección del consumidor, de forma que éste tuviese la posibilidad de decidir (y pagar) aquellos servicios que deseaba, dejando a un lado los que no era el caso.

La gran paradoja de esta asequibilidad y capacidad de elección facilitada por compañías como easyJet, entre otras, es que ha permitido el que se cree un movimiento que pregona precisamente lo contrario: la necesidad de dejar de volar, bautizado ya como Flygskam o vergüenza de volar. Esta decisión, perfectamente respetable a título individual, no hubiese sido posible hace no mucho tiempo, cuando el precio de subirse a un avión era prohibitivo e inalcanzable para la mayoría de los bolsillos, y de ahí la paradoja.

Pero a título colectivo la situación cambia, ya que la disyuntiva no debería estar entre volar y no volar, sino en cómo conseguir una aviación cada vez más sostenible. Este supuesto oxímoron con el que titulamos este artículo, en realidad no lo es, ya que incluye dentro de él lo que lleva siendo una de las principales ambiciones de toda la industria desde incluso antes de que Greta Thunberg hubiese nacido: la de conseguir compatibilizar la innegable mejora en la calidad de vida y el bienestar de millones de consumidores que el transporte aéreo ha permitido, con el derecho legítimo de toda la ciudadanía a disfrutar de un entorno medioambiental adecuado.

Y también en esto easyJet ha sido una de los pioneras, consiguiendo reducir la cantidad de emisiones de gases efecto invernadero por pasajero-kilómetro en un 34% desde el año 2000 hasta la actualidad, y con planes de seguir reduciéndolas cada vez más. Esta misión pasa por la investigación de fórmulas alternativas de propulsión a la actual, como es el caso de la tecnología eléctrica, para lo cual en 2017 firmó un acuerdo con Wright Electric, con la ambición de poder desarrollar un avión totalmente eléctrico que pueda operarse en la década posterior a la que está a punto de comenzar. Más recientemente, acaba de firmar un acuerdo con Airbus con el mismo fin, además de seguir con mucha atención el desarrollo que los combustibles sostenibles para la aviación están teniendo.

Pero, siendo conscientes de que es bastante probable que todas estas tecnologías necesiten todavía unos cuantos años para conseguir el nivel de desarrollo necesario para reemplazar a las actuales, easyJet ha dado un paso más, convirtiéndose de hecho en la primera gran aerolínea a nivel mundial en conseguir que el 100% de sus vuelos sean neutros en carbono. Efectivamente, desde esta misma semana easyJet empezará a compensar sus emisiones, de forma que por cada tonelada de GEI emitida en sus vuelos, se asegurará de que haya una tonelada menos en la atmósfera, a través de varios proyectos de conservación forestal, energías renovables, acceso al agua potable o reemplazo de cocinas de leña por hornillos ecológicos en países en desarrollo, entre otras iniciativas. Además, y dado que muchos de estos proyectos tienen otros efectos colaterales positivos, como el de  permitir a colectivos más vulnerables como son mujeres y niños en dichos países disponer de tiempo para trabajar y estudiar, se contribuye a varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y, con ello, se va más allá de la mera sostenibilidad medioambiental. Esta circunstancia hace que esta medida pionera, aún siendo una solución transitoria hasta que se pueda llegar a una aviación con cero emisiones, se convierte en una magnífica iniciativa hacia una aviación sostenible en mayúsculas.

 

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