La cruel repercusión de la crisis de la Covid-19 ensancha sus inagotables derivadas hasta límites que pudieran resultar difíciles de contener. Siempre bajo la amenaza permanente de su afección directa a la salud, este virus va a seguir condicionando nuestras vidas por su demoledor ataque al debilitamiento de la capacidad económica del país y a la propia capacidad de respuesta de todas las instituciones públicas y privadas impelidas en el intento. Pero no cabe duda de que el éxito de esta costosa pero imperiosa rehabilitación dependerá de un permanente esfuerzo empresarial compartido que no puede diluirse en estériles confrontaciones dialécticas.
Mientras se suceden las dramáticas cifras de víctimas en hospitales, residencias y centros asistenciales, la necesidad de plantar cara al presente y esbozar el futuro obliga a empezar a escribir los primeros capítulos de la interminable reconstrucción económica que nos espera. Y se está haciendo. Bien es verdad que el deplorable ruido del desencuentro político desvía peligrosamente la atención de un país, ávido de conocer respuestas a un marasmo de preguntas sobre su devenir. Estas desavenencias, desde luego, no suponen el ejemplo más aleccionador cuando la ciudadanía contiene el aliento para evitar que le supere la ansiedad y el pesimismo. Pero, al mismo tiempo, todos y cada uno de ellos saben de la innegable responsabilidad que contrae su respectiva acta de diputado y de ahí que dispongan del suficiente margen de confianza para proyectar al resto del país unas pautas de acción decidida en favor de nuestra economía y de nuestro bienestar social, incluido el futuro modelo sanitario.
En este contexto, donde la incertidumbre sigue siendo una losa demasiado pesada en la conciencia colectiva, se han ido sucediendo toda una catarata de ayudas de emergencia para contener paliativamente el desplome de buena parte de nuestro sistema productivo. Ha sido la clara demostración del valor esencial y determinante que en estos escenarios de catástrofe sobrevenida representa el Estado. El valor del ámbito público como uno de los pilares de confianza ante la zozobra, en este caso social, económica y financiera. Junto a esta fortaleza es donde debe convivir la reacción comprometida procedente del sector privado y empresarial. Lo hará, lo seguirá haciendo porque ya desde el primer día de este azote inhumano infinidad de empresas, de sociedades mercantiles de todo tipo, han venido protagonizado una catarata de acciones solidarias y de implicación social que les honra y les permite disponer de un reconocimiento tan merecido como explícito.
El sector empresarial va a jugar un papel esencial en este largo y dificultoso proceso de reconstrucción económica de nuestro país. Nunca el empresariado español ha vuelto la cara ante las dificultades y ahora ya ha asegurado que no va a desanimarse nunca porque es el camino más recto para llegar al propósito que se proponen, que no es otro que recuperar el terreno tan dolorosamente perdido. Es por ello que desde las instituciones públicas, desde el Gobierno, desde las normativas legislativas que sean promulgadas en el Congreso debe transpirar un espíritu de colaboración con la iniciativa privada. Nuestras empresas se han visto inoculadas por un virus de destrucción que, sin embargo, no les va a detener en su empeño por procurar una rápida recuperación. Lo van a hacer, aunque algunas desfallecerán, desafortunadamente, en el intento, pero será imposible que puedan acometer semejante desafío con sus propias manos. Por ello, hay que proclamar con toda contundencia que nunca como ahora se hace más imprescindible el coordinado funcionamiento complementario público-privado.
Desde las ayudas a la recuperación del empleo, desde las medidas impositivas más acordes con la situación y el compromiso declarado de las empresas, y desde la conquista de un clima político proclive al consenso y a la apuesta de una recuperación decidida, el empresariado debe disponer de un clima idóneo para que desarrolle su propio compromiso, de un reconocimiento que nadie ponga en duda sin motivo. La apuesta sin límite por la innovación, la adaptación a una nueva realidad de mercado, la sensibilidad hacia la variable social que aparece ahora mismo tan golpeada y, probablemente, una perspectiva muy diferente de cómo encarar los procesos productivos supondrán buena parte de la hoja de ruta de esos valores que caracterizan a nuestra clase empresarial. Será un camino tormentoso en sí mismo, pero dispuesto del aliciente necesario para configurarse como ese reto de difícil conquista capaz de espolear a cuantos componen el imprescindible sector privado.
Juan Mari Gastaca, socio y director de RRII y Asuntos Públicos en BeConfluence.