Las incontables muestras de solidaridad representan una fotografía hondamente descriptiva de la humanidad inagotable de la sociedad española ante las situaciones más catastróficas. Conformamos una ciudadanía altruista. Se han ido acumulando tristemente durante décadas las sacudidas de dantescas inundaciones, pavorosos incendios, millares de víctimas y millonarias pérdidas. Ante todo ello se ha ido asistiendo a una reacción humanitaria que jamás se ha hecho esperar. Dentro y fuera de nuestro país. Por eso, ahora, cuando entre nosotros, juntos y sin excepción acecha inmisericorde el zarpazo sobrevenido de la cruel crisis de la Covid-19 han vuelto a sucederse los gestos humanitarios. Más allá de la siempre impagable respuesta del personal sanitario, en empresas, grupos, colectividades sociales, barrios y hasta portales se multiplican a diario innumerables escenas tan agradecidas de una ayuda comprometida con quien lo necesita.
Es precisamente este retrato de caridad, esta imagen de unidad espontánea, el referente que va a requerir, sin desmayo alguno, la ardua rehabilitación de nuestro tejido social y económico en los próximos años. Mientras tratamos de ir reponiéndonos, a duras penas, del mazazo anímico que suponen tantas miles de pérdidas humanas y en tan descorazonadoras circunstancias, empieza también el momento de idear nuestra propia escalada productiva. Lo tendremos que hacer bajo esa martilleante reiteración de que vamos a estar acompañados durante mucho tiempo por unas angustiosas perspectivas de futuro. Unas previsiones con la carga devastadora suficiente para ensombrecer nuestro propósito de recuperación.
Pero en este contexto tan adverso es donde la sociedad española debe recuperar su contrastado espíritu solidario, su decidida voluntad de acometer una reacción compartida. Hay que salir juntos de este marasmo. Una imagen de desigualdad, de fisura social tendría fatales consecuencias para el propósito colectivo. Sería imperdonable y con unas perniciosas derivadas demasiado hirientes.
Por todo ello, no habrá una ocasión más crucial que el tormentoso camino hacia la nueva normalidad que hermanar la alianza entre la iniciativa pública y la privada. Nunca supondrá una reiteración apelar cuantas veces haga falta a este entendimiento. El Estado está jugando y jugará un papel esencial en esa salida que no deje a nadie atrás. Lo viene haciendo con un carrusel de medidas paliativas que conforman, de entrada, una decidida política social. Y, en paralelo, la apuesta comprometida por una reconstrucción económica donde los empresarios y los agentes sociales tienen que sentirse concernidos y con voz propia.
Así las cosas, esta irrenunciable apelación a la unidad alcanza de lleno a la clase política. En la ingente tarea que acecha con toda la carga de endiablada preocupación sería imperdonable una división de nuestro Parlamento. No hay fuerza que perder en este proceso, no tiempo que malgastar en pueriles discusiones. Hay una ciudadanía, posiblemente hasta una generación, expectante sobre el rumbo que se marca para ir superando los embates de esta catástrofe.
Bien es cierto que hasta ahora los primeros destellos no invitan al optimismo ni a la esperanza más prudente. Pero la presión social, la realidad de la economía de la calle, los angustiosos datos macroeconómicos supondrán un aldabonazo a las conciencias del debate político de regate corto. Será entonces cuando el antagonismo partidista se quede sin recorrido en favor de una acción mancomunada. Será entonces cuando tome cuerpo aquella memorable apelación de Donoso Cortés en el propio Congreso: “hay que unirse, no para estar juntos, sino para hacer algo juntos”.
Juan Mari Gastaca, socio y director de RRII y Asuntos Públicos en BeConfluence.