No hay nada como reflejar y compartir ideas para avanzar en un proyecto. Pero, como en otros términos ligados a la innovación, alguien se encarga de categorizarlo, y así sucedió con el premio Nobel de Economía Herbert Simon, que bautizó el pensamiento de diseño en su libro ‘The Sciences of the Artificial’ 1969. En él, Simon reflexionó sobre el proceso psicológico de la toma de decisiones, en línea con décadas de trabajo desde un enfoque multidisciplinar, desde las ciencias sociales a los conceptos de computación, de hecho, fue uno de los pioneros de la Inteligencia Artificial. Otras fuentes apuntan a John Edward Arnold (profesor estadounidense de ingeniería mecánica y de administración de empresas en la Universidad de Stanford) como otro divulgador del concepto.
Años después, Tim Brown escribió el paper ‘Design Thinking’ en Harvard Business Review. Brown, CEO hasta 2019 de la firma de diseño IDEO fundada en Palo Alto, California, contribuyó a divulgar las bondades de una metodología que no se apea de trabajar en grupo, conectados entre departamentos, para incrementar al máximo la eficiencia. Sea para diseñar un carrito de la compra como para reflexionar sobre el nuevo ratón de Apple para sus Mac; de una campaña de publicidad o comunicación a la gestión de personal dentro de una empresa, a su implantación en educación, etc. Más allá del mero brainstorming, más cerca de la racionalización… y del sentido común.
¿Por qué un sistema que, en muchas ocasiones, aparece representado por un surtido de post-it con conceptos, ideas o tareas, recibe tanta atención en pleno siglo XXI? Porque en la era de la tecnología, las relaciones interpersonales pueden suponer una clara muestra de la innovación en su más amplio sentido. Así sucede en todo tipo de compañías, en las que, pese a las reticencias del principio (miedo a lo desconocido, escepticismo, incluso vergüenza al ‘que dirán’), las personas, los equipos terminan mejorando su aportación al desarrollo de la empresa y, de paso, a su desarrollo personal. Para crear nuevos rendimientos o para descubrir nuevas funcionalidades.
Ya en marcha, un ‘facilitador’ define el camino a seguir: el trabajo es colectivo, pero la organización es fundamental en el design thinking, a su vez integrado en, y hermanado con, otros dos conceptos bien conocidos en escuelas de negocios y todo tipo de compañías: la metodología agile (agilidad para emprender y mantener la mejora continua) y el concepto lean startup (aprendizaje validado, iteración, etc.).
En todo caso, el lenguaje verbal y no verbal se unen para interpretar todo tipo de procesos, así como el análisis de lo que ha sucedido y la predicción sobre lo que puede venir (y cómo reaccionar a ello). Modelos y prototipos, tan importantes como modificables, en los que cada persona cuenta, con el customer centric, el cliente como mantra de todo desarrollo en el que el ‘intraemprendimiento’ se convierte en esencial.
Todo se pone a prueba, aún más cuando un producto o servicio comienza su vida en el mercado, fruto del trabajo colaborativo en el que se han llegado a combinar la lógica con la intuición, en los dominios de la prueba-error. Un sistema que ha propiciado la proliferación de consultoras repletas de trabajo y no solo en las grandes corporaciones, sino en las pymes, en las que esta pauta de organización se puede convertir no solo en herramienta de desarrollo, sino, incluso (ya se sabe, globalización, hipercompetitividad…), de supervivencia.