La invasión de Ucrania por parte del ejército ruso ha demostrado hasta qué punto es cierta la famosa frase de que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. En esta ocasión, ni siquiera fue necesario que se iniciaran los combates, para que Vladimir Putin, mostrara ante el mundo su indudable capacidad para mentir.
A pesar de las evidencias que iban acumulando los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que en esta ocasión pudimos ver publicadas en los medios de comunicación de los países occidentales, el dictador ruso tuvo la impudicia de negarlo en todo momento, no solo ante los medios de comunicación, sino también ante los líderes de los países occidentales que, como el presidente francés Emmanuel Macron, intentaron disuadirle de que llevara a cabo la invasión.
Pero su capacidad para mentir y mantener engañado a su propio pueblo es aún más evidente con el tratamiento que están llevando a cabo los medios de comunicación rusos. Como señalaba hace unos días la BBC, nunca ha habido una mejor ilustración de la realidad alternativa presentada por los medios estatales rusos que el pasado 1 de marzo. Mientras BBC World TV abría su boletín con informes de un ataque ruso contra una torre de televisión en la capital, Kiev, la televisión rusa anunciaba que Ucrania era responsable de los ataques contra sus propias ciudades.
En un mundo cada vez más interconectado e interrelacionado, la guerra en suelo europeo parecía una posibilidad mucho más remota que el impacto de un cometa contra la Tierra como la amenaza de catástrofe que sirve de pretexto a la aclamada película “No mires arriba”. Sin embargo, desde el pasado 24 de febrero estamos asistiendo a los combates que se están produciendo en las calles de las principales ciudades ucranianas y al avance de las tropas rusas por las carreteras del país, retransmitidos prácticamente en directo.
La amplitud de las sanciones económicas que han puesto en marcha la Unión Europea y Estados Unidos, junto con otros países occidentales, están poniendo en evidencia también los estrechos lazos que unen actualmente a los países de diferentes partes del mundo, en una economía tan globalizada como la actual.
Por poner solo algunos ejemplos, en los últimos días hemos visto que decenas de empresas de todo tipo de sectores han ido aflorando sus profundas relaciones con Rusia, al anunciar que iban a cortar sus lazos con ese país en protesta por la invasión de Ucrania.
También en el ámbito del deporte y de la cultura estamos observando una reacción semejante, lo que nos está permitiendo comprobar la estrecha relación que se había ido forjando entre Rusia y los países occidentales desde la caída del muro de Berlín, con su presencia en nuestras competiciones deportivas o incluso en Eurovisión. Por no hablar de los miles de ucranianos y rusos que ya vivían en los diferentes países europeos, o los yates de los oligarcas rusos atracados en los más lujosos puertos europeos.
Pero es que, además, Europa depende de tal forma de los suministros de energía desde los yacimientos rusos, que ni siquiera después de iniciarse los combates se ha cortado el suministro del petróleo y del gas que llegan desde Rusia, y por supuesto tampoco el pago que tiene que hacer Europa por los productos energéticos que recibe.
En un mundo tan interconectado e interdependiente todas las guerras son civiles, porque el daño que los bombardeos de las ciudades causan entre los ucranianos que resisten entre los escombros, o que se ven obligados a huir, y el que van a sufrir los rusos afectados por las sanciones económicas ante la locura aventurista de Putin, acabarán repercutiendo también sobre el resto de nosotros.
La impresionante ola de solidaridad con Ucrania que ha desatado en toda Europa la invasión de este país por el ejército ruso muestra hasta que punto los ciudadanos europeos nos sentimos concernidos, y también amenazados, por la deriva imperialista de Vladimir Putin y sus secuaces al frente de un gobierno que ha ido transformándose paso a paso en una autocracia personalista y dictatorial, lo que sin duda es una de las principales causas del conflicto que estamos viviendo estos días.
Los historiadores nos han mostrado que los países que cuentan con democracias liberales son mucho más reacios a la violencia en las relaciones internacionales que las dictaduras, ya que la opinión publica y los grupos de interés suponen una fuerte resistencia a la posibilidad de ir a la guerra para evitar los costes que implica en términos de aumento de la presión fiscal y en última instancia de reclutamiento para el servicio militar.
Por ese motivo, la libertad de expresión, ejercida a través de unos medios de comunicación fuertes y veraces constituye uno de los últimos baluartes contra la barbarie de la guerra y así lo ha entendido Putin al abatir la torre de comunicaciones de Kiev y al cerrar el “Eco de Moscú”, el último medio independiente que quedaba en Rusia, que se atrevía a llamar por su nombre a la guerra contra Ucrania, sin utilizar los eufemismos dictados por el Kremlin.
Pero también en el lado occidental se ha sucumbido a la tentación de la censura al prohibir el acceso a dos de los medios oficialistas del régimen de Putin que se podían ver en Europa, Russia Today y Sputnik, en lugar de confiar en el criterio de los ciudadanos europeos para distinguir entre la basura propagandista y mentirosa del Kremlin y la información veraz y contrastada, que nos están ofreciendo los corresponsales de los principales medios occidentales desplazados a la zona de guerra, y que debe seguir siendo uno de los fundamentos básicos de nuestras democracias.
Porque, como acertadamente ha señalado, el famoso politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, en un reciente artículo en Financial Times, más allá del desastre que significa esta guerra para los millones de hombres y mujeres que viven hoy en Ucrania, “esta crisis ha demostrado que ya no podemos dar por sentado el orden mundial liberal existente”, lo que supone una amenaza para todo el mundo occidental y para los valores democráticos que lo sustentan.
Pedro Martínez, Socio en BeConfluence