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La oportunidad de la desgracia

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Asistimos en el mundo occidental a un mazazo de incalculables proporciones a presente y futuro bajo la sucesión de las trágicas imágenes del despreciable ataque militar de Rusia sobre Ucrania. Cuando seguimos todavía en muchos países sin reponernos de las graves consecuencias sanitarias, humanas y económicas de las sucesivas olas de la pandemia, esta denigrante invasión acometida por el sátrapa Putin obliga a extraer, sin dilación, importantes conclusiones para nuestro devenir.

Con el impacto moral que supone la retransmisión al segundo de tanta inmoral destrucción, es moneda común enfrentarse a las primeras inquietantes derivadas de este conflicto. Se trata de una radiografía dramática donde se suceden al unísono las preocupaciones por el coste de vidas humanas, el golpe certero a la paz y la convivencia, y a una retahíla de variables económicos que atañen a la energía y a las relaciones comerciales.

Parece difícil imaginarse, por el peso de tanto dolor y crueldad, que en medio de este cruento escenario habría que adecuar un espacio propio para pensar en futuro. Todavía bajo la conmoción de un ataque de esta magnitud habría que ir hilando una reacción posibilista para que los países miembros de la Unión Europea no sientan más allá de lo razonable las lacras siempre propias de toda guerra. Debería ser una respuesta que tapone la hemorragia económica e industrial que se avecina en los mercados más cercanos y que pueden dilatar un proceso de recuperación que parecía diseñado como factible.

Sin ahondar en las profundidades del sistema, es fácil deducir que la cuestión energética sobrevuela desde un primer momento como una de las principales obsesiones. La dependencia de Rusia en materia de gas, donde Alemania puede sufrir sobremanera y en proporción muy superior a España, lidera el debate y, por tanto, debería acaparar la preponderancia consiguiente a la hora de escrutar las medidas correctoras.

Europa debe plantearse cómo elevar su capacidad energética. Bien es verdad que este debate le pilla con el pie cambiado habida cuenta de la inequívoca apuesta por la transición ecológica y la ingente cantidad de fondos dispuestos para ello. Pero la irracional acometida panrusa fuerza a una respuesta de medio y largo alcance. En la UE hay posibilidades reales y viables para cimentar una alternativa a la dependencia del gas mediante un suministro que no pase por las exigencias soviéticas. Es verdad que se abre así una espita que no se contemplaba siquiera hace un mes. Pero la gravedad de la situación que pudiera provocar la represalia del Kremlin obliga a no retrasar las medidas reparadoras.

Otro tanto ocurre con la adecuación de una política industrial. Ya se advirtieron las fisuras cuando el mercado asiático no pudo ni quiso socorrer las necesidades europeas, provocando algunas lamentables carencias que todavía hoy se siguen acusando, por ejemplo, en nuestro país. Ahora, los negros nubarrones proceden de Ucrania y su incierto futuro inmediato.

Quizá no haya espacio para más dilaciones en la estructuración de una política industrial europea que empiece a mirarse en el espejo de sus necesidades y rectifique políticas anteriores que se vuelven ineficaces con los primeros apretones. Debería ser el momento de esa apuesta por el mercado interior al que dotarle de los recursos suficientes para que apuntale su economía sin la tara insoportable de la dependencia permanente.

Hay, por tanto, una oportunidad para la economía dentro de la suma desgracia que significa el cobarde derramamiento de sangre de una población que se siente invadida desde los métodos dictatoriales en pleno siglo XXI. Empezando, desde luego, por acometer la respuesta de la Unión Europea a la política energética, posiblemente el origen de las principales preocupaciones de cuantos sectores industriales y gobiernos siguen aterrados el discurrir de esta invasión.

Una respuesta concertada que, desde luego, debe empezar desde la unidad de acción en cada país, con su propia hoja de ruta. De hecho, pocas causas disponen de un reconocimiento más preciso del concepto de razón de Estado que la búsqueda de un plan nacional contra las secuelas que deja una guerra. Aquí no valen pronunciamientos partidistas ni ideológicos.

Juan Mari Gastaca, socio y director de RRII y Asuntos Públicos en BeConfluence

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