Vivimos en un mundo globalizado, acelerado, donde el trabajo ocupa la mayor parte del tiempo de las personas. Lo normal es dar el 100% en el trabajo, en las tareas diarias para conseguir objetivos y sentirse realizado. El problema es cuando se sobrepasan esos límites, cuando la vida laboral ocupa más tiempo del necesario y la persona entra en una espiral de negatividad y frustración que le acaba afectando a nivel psicológico y físico. Es aquí cuando podemos hablar del síndrome de burnout.
Maslach y Jackson (1981) lo definen como “síndrome de agotamiento emocional, despersonalización y baja realización personal que puede ocurrir entre individuos cuyo trabajo implica atención o ayuda a personas”. Básicamente, y como bien dice la psicóloga María de la Sierra Mateo, este síndrome se da cuando «el trabajador se ha ‘quemado’, es decir, el estrés laboral que ha sufrido la persona se ha mantenido lo suficiente en el tiempo como para que se cronifique». De hecho, en 2019 la OMS (Organización Mundial de la Salud) lo calificó como una enfermedad laboral.
Cómo identificar el síndrome de burnout y sus fases
¿Cómo podemos saber que estamos sufriendo burnout? «Se puede identificar porque hay un agotamiento físico (desde fatiga, pérdida o aumento del apetito; con su consecuente pérdida o aumento de peso a problemas gastrointestinales o migrañas) y emocional (estrés, ansiedad, falta de motivación para con el trabajo o desgana/desidia) en la persona. Generalmente, una persona que sufre burnout se siente sobrepasado, frustrado y sobrecargado«, explica la psicóloga. Además, añade que dentro de las empresas, un signo claro de que el empleado está sufriendo esto es cuando sus niveles de productividad bajan considerablemente o incluso cuando se dan situaciones desagradables con clientes o compañeros.
En esta misma línea, De la Sierra identifica 8 fases donde se combinan el grado de estas variables entre sí (si es alto o bajo):
- Cansancio emocional. Pérdida progresiva de energía, recursos, entusiasmo, hace sobreesfuerzos físicos y siente hastío emocional. «Se trata de una sensación de ‘no poder dar más de sí’”.
- Despersonalización. La persona adquiere una actitud crítica, distante y negativa con clientes e incluso compañeros. En el peor de los casos, esto puede provocar «situaciones de negligencia por parte del profesional al tratar a las personas como objetos».
- Baja realización personal. La autocrítica se convierte en algo tan negativo que lo que produce es insatisfacción, baja autoestima, descenso de la productividad y sentimiento de fracaso.
Herramientas para acabar con el síndrome
La verdad es que las claves y los instrumentos para no llegar a esos límites los tenemos a mano y no son ninguna novedad. Como bien dice De la Sierra, «a nivel individual opino que el hecho de tener una vida rica en autocuidados, es decir, mover el cuerpo a través del deporte o baile, una alimentación saludable, círculo social satisfactorio, momentos de ocio y de descanso, es fundamental. No es nada novedoso lo que planteo, pero creo que hay una gran dificultad en las personas en permitirse todo esto. Generalmente dirían “me sé la teoría pero no lo hago” o “no tengo tiempo para eso”».
Asimismo, si una persona observa que un compañero lo está pasando mal o identifica que puede estar experimentando alguno de los indicios anteriormente mencionados, es importante ofrecerle ayuda de la forma más honesta. Aun así, «lo que ocurre es que quizá pueden llegar a ser personas que no pidan ayuda, o que no la tomen. Esto dificulta el que les podamos ayudar, por eso muchas veces la ayuda la piden o la aceptan cuando ya no pueden más».
Al final, la cultura corporativa de las empresas, «puede hacer que la persona sufra este síndrome si fomenta a las variables mencionadas anteriormente (cansancio emocional, despersonalización y baja realización personal). En la medida que la empresa con su cultura corporativa cuide y atienda de estas variables será un factor protector para la persona», apunta la psicóloga. Vivimos en un mundo donde la productividad es tan importante que al final nos olvidamos del bienestar personal. «En la medida en la que flexibilicemos la mirada y nos relacionemos con los trabajadores como adultos responsables podremos permitir que cada uno gestione su trabajo siempre y cuando se lleguen a unos objetivos. Al final no se trata de trabajar mucho si no trabajar bien, en definitiva, ser eficientes. Esta perspectiva, obviamente ha de ser social y venir de parte de las organizaciones y del gobierno», concluye De la Sierra.
Sara Reñones García
Consultora de Comunicación en BeConfluence