Inteligencia artificial, la última frontera para la desinformación

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Los últimos avances en el desarrollo de la inteligencia artificial generan grandes expectativas ante sus posibles aplicaciones en múltiples ámbitos beneficiosos para la sociedad, pero también algunos temores lógicos, por el riego de que se pueda utilizar también para producir contenidos en redes sociales que contribuyan a la polarización política.

 

La inteligencia artificial ha sido la gran protagonista de los titulares de los medios de comunicación en fechas muy recientes por dos motivos bien dispares. El primero de ellos, ha sido el de las declaraciones de un ingeniero de Google, Blake Lemoine, afirmando que el modelo de generación de lenguaje desarrollado por la compañía se había vuelto “consciente”. El segundo, con pocos días de diferencia, la concesión del Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica a cuatro científicos por su contribución al desarrollo de la inteligencia artificial.

Blake Lemoine publicó en un blog una conversación con LaMDA, el modelo de lenguaje de Google para aplicaciones de diálogo, la inteligencia artificial que ayuda a impulsar los motores de búsqueda y chatbots de la compañía, en la que, según él, la máquina expresaba fuertes puntos de vista sobre los derechos, la personalidad y los temores a ser desconectada.

Según publicó el diario “The Washington Post”, Lemoine afirma que, si no supiera que la aplicación que había estado probando era un programa de computadora desarrollado recientemente por su empresa, pensaría que las respuestas eran las de un niño de siete u ocho años con conocimientos de física.

Aunque las declaraciones del ingeniero de Google fueron después desacreditadas por la propia compañía, que le ha concedido una excedencia no solicitada por divulgar secretos industriales, y han sido matizadas también por diversos expertos en inteligencia artificial, que han negado que se haya alcanzado todavía el nivel de sofisticación necesario para que una máquina sea consciente, a muchos nos ha recordado la célebre película de 1968, de Stanley Kubrick, 2001, una odisea en el espacio, en la que la computadora se niega a obedecer las órdenes de su tripulación.

El diálogo que mantiene Dave, el astronauta interpretado por Keir Dullea, con HAL, la computadora de la serie 9000 con la que va equipada la nave, cuando le pide que abra la compuerta de las cámaras para poder regresar desde el espacio exterior es inquietante. El ordenador le contesta: “lo siento Dave, eso no me es posible”. “Usted sabe tan bien como yo qué me lo impide”, “quiero demasiado a esta máquina para permitir que usted la ponga en peligro”. Esta conversación puso en guardia a toda una generación de baby-boomers sobre los riesgos de una inteligencia artificial con conciencia propia para los seres humanos.

 

Por el contrario, el reconocimiento del jurado de los premios Princesa de Asturias a los avances logrados en este ámbito por cuatro científicos expertos en redes neuronales, Geoffrey Hinton, Yann LeCun, Yoshua Bengio y Demis Hassabis, cuyos hallazgos tienen importantes aplicaciones en áreas como la medicina o los vehículos de conducción autónoma, entre otras muchas, son una muestra de los muchos efectos beneficiosos que puede tener el desarrollo de la inteligencia artificial si se utiliza correctamente y de acuerdo con unos principios éticos.

Aun así, que haya sido precisamente un experto en software de una gran plataforma de contenidos como Google quien ha comunicado avances en el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial y machine learning, capaces de hacer creer que la máquina puede sentir emociones o ser consciente, genera algunos temores razonables sobre la posible utilización de la inteligencia artificial de una manera poco ética para la manipulación de las redes sociales que conviene no obviar.

 

Redes sociales y polarización política

En el libro de Bárbara F. Walter, How Civil Wars Start, publicado este mismo año en Estados Unidos, la autora, una politóloga estadounidense que ha dedicado más de tres décadas al estudio de las guerras civiles en todo el planeta, señala que uno de los elementos que contribuyen a desencadenar una guerra civil es la polarización política de la sociedad y la pérdida de la calidad democrática que ello conlleva.

Un riesgo que según el último informe publicado por el Instituto V-Dem, que se ocupa de medir anualmente los indicadores de la democracia en 179 países del mundo, continúa creciendo. Según este prestigioso Instituto sueco, los líderes de 40 países, incluyendo España, contribuyeron a aumentos considerables en polarización tóxica en la última década, que alcanzó niveles sin precedentes en 2021, mientras que ésta solo disminuyó en seis países.

Como indica también la autora de How Civil Wars Start, “no es probable que sea una coincidencia que el alejamiento global de la democracia haya seguido tan de cerca el advenimiento de Internet, la introducción de teléfonos inteligentes y el uso generalizado de las redes sociales”.

Según Bárbara F. Walter “las plataformas de redes sociales han demostrado ser una caja de Pandora. La era del intercambio de información ha abierto vías sin restricciones y no reguladas para la propagación de información errónea o desinformación intencionadamente engañosa. Charlatanes, teóricos de la conspiración, demagogos y agentes antidemocráticos que previamente habían sido excluidos del entorno de los medios de comunicación, o al menos tenían grandes dificultades para lograr una audiencia masiva, de repente ganaron influencia”.

Muchos países, como el propio Estados Unidos, que sufrió el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, han experimentado ya el riesgo que conlleva la polarización a la que contribuye la manipulación de las redes sociales. Especialmente si otros estados autoritarios hostiles las utilizan para desestabilizar, como ha ocurrido ya en algunos casos en los que han intervenido países como la Rusia de Putin, o la Arabia Saudí del príncipe Mohamed bin Salmán, según hemos podido conocer por algunas noticias publicadas en los medios de comunicación.

Pero si las redes sociales ya están plagadas de ‘trolls’ humanos que generan historias falsas, engaños y rumores, da miedo imaginar lo que un programa de generación de contenidos desarrollados por una inteligencia artificial verdaderamente consciente y capaz de interpretar y manipular los sentimientos podría hacer en las manos equivocadas.

Solo nos cabe la esperanza, de que como en el caso de Blade Runner, la famosa película de Ridley Scott estrenada catorce años después que 2001, una odisea en el espacio, las máquinas que algún día manejen las redes sociales se comporten de una manera más humana, que los propios seres humanos, de manera que todos esos avances a los que contribuyen algunos científicos como los recientemente galardonados con el Princesa de Asturias sirvan para construir una sociedad cada vez mejor y no se pierdan, “como lágrimas en la lluvia”.

Al fin y al cabo, esa es la evolución que podría producirse si la inteligencia artificial realmente llegara a generar conciencia y sentimientos, tal como sugiere la película de Scott en la emocionante y lírica escena entre el replicante, interpretado por el actor Rutger Haue, en la que su implacable perseguidor, interpretado por Harrison Ford, está a punto de caer al vacío.

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