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¿Una nueva era?

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No es una vuelta de vacaciones cualquiera, es una nueva era. Posiblemente la más anómala e inquietante que recordemos. Es difícil escuchar voces ilusionantes o, como mínimo, alentadoras. Como si nos hubiéramos sumergido en el escepticismo y, peor aún, en un pesimismo que algunos creen razonado. No hay datos objetivos para restar un ápice de razón a estos estados de ánimo. Pero sería estéril y hasta pernicioso para nuestro presente y futuro inmediatos que nos instaláramos inertes y sin espíritu de reacción en una encrucijada tan endiablada.

Hagamos un ejercicio de realidad. Para ello, entendamos en su justa medida el auténtico contexto en el que nos vamos a mover en los años (¿tres, cuatro?) venideros. Lo deberíamos hacer sin recurrir permanentemente al retrovisor para recordar cualquier tiempo pasado que pudo ser mejor. Hay que llegar a la conclusión de que quizá empecemos a abrazar una nueva era, un nuevo estilo de vida, de convivencia, de actitud individual y colectiva. Y que esta normalidad adaptada a un nuevo entorno socioeconómico requiere de unos postulados bastante diferentes a nuestros códigos de actuación seguidos hasta ahora.

Desgraciadamente para nuestras expectativas vitales, sabemos ya que la crisis de la Covid-19 ha venido para quedarse durante un largo tiempo. Lo hará cercenando nuestras capacidades sanitarias, laborales, sociales y económicas. Será un escenario complejo, agresivo, absolutamente injusto. Sin embargo, no será el único escenario y es ahí donde deberíamos poner las luces largas para ahormar una respuesta desde la positividad, desde el aprovechamiento de unas oportunidades que, a buen seguro, se van a ir planteando.

Unas nuevas condiciones en las relaciones laborales, unas nuevas estructuras sociales, una menor capacidad económica en gran parte de la población del país, una angustiosa respuesta desde el Estado al conjunto de incontables necesidades del país y una incertidumbre permanente sobre la permanencia entre nosotros del virus pandémico parecen tejer por sí mismos la profecía de que nos encaminamos hacia una nueva era a la que deberíamos adaptarnos para afrontar una progresiva superación. Ahí está nuestro reto.

Desde una óptica absolutamente realista, hay que afirmar cuanto antes que esta crisis abrirá la puerta a nuevas apuestas industriales, donde la tecnología, la digitalización, el cambio climático van a convertirse en auténticas oportunidades. En sí mismas pueden y deben significar el arranque de una nueva era a la que nos deberíamos ir incorporando con la mayor celeridad posible desde el convencimiento de su aportación para nuestro futuro. Y están ahí. Cuanto antes abordemos este compromiso, mucho antes dispondremos de sus seguros beneficios para combatir y contrarrestar los zarpazos económicos que se asoman.

Una gran parte de las ingentes ayudas de la Unión Europa a nuestro país examinará de manera implacable hasta dónde llega nuestra voluntad de asumir el reto tecnológico, nuestra reacción ante el nuevo escenario que se viene conformando. Con el anuncio de este respaldo financiero se pone en marcha el reloj de idear proyectos acompasados con las nuevas exigencias del tiempo que se avecina. Es decir, es el momento de desterrar firmemente la acendrada idea de que la UE viene a mitigar gran parte del desastre económico que mucho nos tememos. Solo el esfuerzo de quien innove, de quien aporte valor tendrá su recompensa de esta gran bolsa de solidaridad europea. Ahí también encontraremos otro ejemplo paradigmático de que iniciamos una nueva era. Vamos a dejar atrás los proyectos subvencionados a fondo perdido de las rotondas por la recompensa a la innovación. El cambio resulta altamente esperanzador.

Adaptémonos sin nostalgia. Va a ser difícil, pero es posible el intento confiado. Disponemos como referencia alentadora que el escudo del Estado ha emergido como un baluarte imprescindible en esta pandemia y lo seguirá siendo. Ahora bien, tampoco puede ser el único resorte. El músculo resistente de la iniciativa privada no debería quedarse atrás. Todos convencidos de que ya nada será igual que antes, pero no tiene porqué ser peor.

Juan Mari Gastaca, socio y director de RRII y Asuntos Públicos en BeConfluence.

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