De repente, cuando este país imagina un escenario encaminado hacia la recuperación económica mediante el impulso determinante de los fondos europeos, una malévola conjunción de elementos adversos ha teñido de incertidumbre el presente y el futuro inmediato. Cuando parecía que los efectos de la interminable pandemia podrían verse subsumidos, primero por un control médico y sanitario y, después, por una apuesta público-privada en la regeneración de nuestro sector productivo y en especial del ámbito tecnológico y de las energías limpias, la inhumana invasión rusa de Ucrania ha abortado el despegue hasta cotas inquietantes.
Asistimos a una preocupante conjunción entre la polarización partidista y los primeros latigazos de una crisis económica que empieza a desbocarse por su rapidez y hondura. La trepidante escalada de los precios energéticos, iniciada en los momentos álgidos de la pandemia del virus y agudizada por la acción militar de Putin, ha abierto la espita de un descontento generalizado en infinidad de sectores, mientras los hogares españoles asisten constreñidos a una pérdida galopante de su capacidad de gasto.
Mientras contemplamos horrorizados la crueldad contra el pueblo ucraniano, se suceden las protestas por las consecuencias dañinas de los estratosféricos precios de los combustibles en la industria, el transporte, el campo o la pesca. Un nuevo escenario que el Gobierno Sánchez jamás podía imaginar hace apenas dos meses cuando disponía de unos Presupuestos aprobados con holgura y se sabía reconfortado con la bendición de la UE a sus primeros programas de los fondos comunitarios.
Ahora hay tensión y ansiedad donde antes se escrutaba un futuro aleccionador. Y no se atisban mejoras a corto plazo, sino todo lo contrario. Es, precisamente, la ausencia de medidas de urgencia una de las principales razones que abonan la indignación de demasiados colectivos, como se empieza a percibir en calles, aguas o industrias.
Aunque le asista la razón, tampoco resulta conciliador que el presidente Sánchez y varios de sus ministros hayan preferido anteponer la identificación política de quienes están alentando estas protestas por los efectos de los precios energéticos a la adopción de respuestas convincentes. La sacudida sobre muchos sectores económicos está provocando demasiada inquietud ciudadana, principalmente porque no se advierten recetas sólidas y pragmáticas. Es cierto que este clima enrarecido favorece las reacciones populistas que no añaden las soluciones esperadas, sino que solo contribuyen a enervar los ánimos y ensanchar las diferencias entre partidos.
Por todo ello, es imprescindible y perentorio adecuar un plan de contingencia económica que disponga del máximo respaldo parlamentario. Lógicamente, en un primer vistazo a la actual situación en el Congreso puede resultar quijotesco semejante propuesta. Pero no puede demorarse la articulación de este plan, como tampoco debe olvidarse de que la falta de implicación en la búsqueda de soluciones en temas de Estado siempre recibe el castigo de los electores. Quizá es el momento de que las fuerzas mayoritarias den un paso adelante en la demostración de su compromiso como partidos con responsabilidad de gobierno, congelando siquiera durante un tiempo las diferencias ideológicas, e incluso de antagonismo que mantienen entre algunos de sus representantes.
No debería entenderse como una quimera el esfuerzo de una holgada mayoría en la definición de este escudo económico y financiero. Bien es verdad que son dos retos distintos, pero de semejante envergadura, y que, desde luego, acaparan toda la necesidad imaginable para su consecución. El desgarro que empieza a detectarse por los perversos efectos de la crisis energética puede alcanzar unas cotas difíciles de subsanar a medio plazo, además de abortar las apuestas que se habían venido fraguando al calor de los fondos europeos. Así las cosas, sobran los debates estériles y de fuego cruzado entre los partidos políticos, a los que se viene asistiendo con una deplorable reiteración. El reto de país que aguarda dispone de tal calado que sería imperdonable que se dejara pasar la oportunidad de una respuesta contundente y unitaria para amortiguar la crudeza de los efectos que ya se hacen sentir.
Juan Mari Gastaca, socio y director de RRII y Asuntos Públicos en BeConfluence