¿Polarizados?

polarización

Por Míriam Juan-Torres, consultora senior en More In Common.

Polarización es una palabra que está de moda. Se habla de polarización en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia, en Italia. Y como no, en España. De hecho, varios estudios académicos sugieren que España es de los países que se está polarizando más rápidamente en Europa. Pero más allá del uso de esta palabra que parece que ahora nos gusta tanto, pocas veces nos paramos a cuestionar qué significa, si realmente estamos polarizados, si es mala esa polarización, y qué consecuencias tiene.

No toda polarización es mala. De hecho, hace unas décadas académicos de Estados Unidos reclamaban más polarización porque era difícil para los electores distinguir entre candidatos. Y, de hecho, cierta polarización es natural y necesaria. Por otro lado, también es importante no confundir desacuerdo con polarización.

Podemos entender la polarización de distintas maneras. Por un lado, la polarización puede darse a nivel temático. Cuando en una cuestión concreta hay posturas opuestas se forman polos. Cuando esto se produce en un solo ámbito, no suele tener grandes consecuencias sociales. Pero cuando se crean identidades entorno a una cuestión y luego se extiende a otras, es cuando se empiezan a generar problemas. Por ejemplo, hoy en día, en Estados Unidos, es común, si una sabe la opinión de alguien en relación con la posesión de armas o el aborto, deducir su postura entorno a muchas otras políticas. En ese sentido, se generan identidades grupales que se fijan y definen entorno a esas posturas.

Las identidades grupales juegan un papel muy relevante en cómo nos autopercibimos y cómo convivimos como seres sociales. Todas las personas tenemos múltiples identidades, pero cada identidad se vuelve más prominente según las circunstancias. Cuando se produce esa extensión a diferentes cuestiones, empezamos aún más a decidir sobre un tema en base a como se posicionan el resto de los miembros de nuestro grupo.

Varios estudios académicos sugieren que España es de los países que se está polarizando más rápidamente en Europa

La polarización afectiva se produce cuando nos identificamos con un grupo al que vemos muy positivamente y identificamos a un “otro” al que percibimos de forma muy negativa, llegando a reducir a los miembros de ese otro grupo a un estereotipo. Esto puede suceder en múltiples niveles de nuestra identidad: seguidores del Barça o del Madrid, nacionales versus inmigrantes, o votantes de un partido contra los de otro. Cuando esto sucede a nivel político, los consensos entre grupos que son necesarios para hacer frente a retos comunes se vuelven muy difíciles. Cuando se produce a nivel social y la confianza o cohesión se reduce, la democracia se resiente y el contrato social que nos sostiene puede romperse.

En España, hay buenas y malas noticias. En marzo, More in Common presentó los resultados de su primer estudio en España. Los datos del estudio nos indican que, en España, hay muy baja confianza en las instituciones, pero seguimos siendo de los europeos que más confiamos en otros conciudadanos. También tenemos más tendencia a creer que nuestras diferencias se pueden superar que muchos de nuestros vecinos.

Pero algo que también distingue a España es el arraigo del marco izquierda – derecha como modo de entender la realidad. Mientras en países como Francia o Italia los ciudadanos dicen que las divisiones más importantes para la sociedad son, por ejemplo, la desigualdad económica, en España un 61% nos dice que la división más importante es la división entre gente de izquierda y de derecha.

Cuando esa polarización afectiva se arraiga, y en España parece ser que se produce a nivel ideológico (More in Common ahora está investigando si y cómo se produce a nivel partidista), se empiezan a juzgar las propuestas y acciones políticas en base a la persona o grupo que las propone y no en base a su sustancia. Esto puede llevar al rechazo de propuestas que quizás son beneficiosas para aquél que se está oponiendo. Para progresar como país es por lo tanto importante dejar de lado esa visión de unos contra los otros y sobreponerse a este tipo de polarización.

La polarización es una estrategia política muy efectiva. Se activan identidades grupales en contra del otro con el fin de movilizar. Pero a medio y largo plazo sus consecuencias pueden ser devastadoras, llevando a la erosión de nuestros principios democráticos y poniendo en riesgo nuestros derechos fundamentales. Aquel emprendedor político que considere polarizar como estrategia también debería tener en cuenta que este es un fenómeno que adquiere vida propia y se puede descontrolar en contra de uno mismo.

Las tendencias al grupismo son humanas. Pero del mismo modo, también es cierto que igual que se activan, esas identidades se pueden desactivar. O bien, podemos crear una supra identidad que subsume a otras sin negarlas, lo que el académico John A. Powell llama larger we (un “nosotros” mayor, incluyente). También se pueden construir normas de grupo que son prosociales. Es decir, aunque nos identifiquemos con un grupo y no con otros, podría ser norma de nuestro grupo tratar con empatía a aquellos que percibimos como “distintos”.

No se puede negar que estamos en un momento clave en la historia de la humanidad, de la democracia y de España. Pero también es esa historia la que nos demuestra que el ser humano es capaz de colaborar y superar crisis. Aunque estamos en una situación complicada, también hay motivos para el optimismo. La ciudadanía española rechaza la polarización y es capaz de identificarla como estrategia. Si podemos construir sobre la confianza que existe y desarrollar un proyecto común, rechazando el impulso de polarizar, podemos salir de esta más fuertes.

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